Soy un optimista patológico. Frente a casi cualquier situación, veo la parte positiva, creo que todo irá bien, pienso qué puedo aprender o qué puedo hacer yo para solucionar lo que estoy viendo…

Pero me van a permitir que hoy sea la excepción.

Y es que hay veces en las que pienso, como decía un meme muy famoso, que nos vamos a extinguir por gilipollas. El meme en cuestión era una foto de una moto que habían atado con una cadena a un poste de menos de un metro de altura. Lo curioso es que ese poste no estaba sujeto a nada más que al suelo, por lo que fácilmente se podría pasar la cadena por encima y llevarse la moto (aunque con la cadena enganchada a la rueda, claro).

nos vamos a extinguir por gilipollas

En esa misma línea de estupidez supina e irresponsabilidad manifiesta, me encuentro en los periódicos esta semana la noticia (con vídeo incluido) de que un padre, en Puerto Rico, columpia en el balcón de su casa a su hija menor de edad.

Obviamente las redes sociales ardían por la inconsciencia de dicho elemento (el padre, que es el adulto; la inconsciencia de la niña se le presupone por la edad) mientras algunos atrevidos aún se permitían defender tamaña imbecilidad arguyendo que el columpio no sobresalía del balcón y la silla era cerrada. ¿Y si se llega a romper semejante creación?

No hay que irse tan lejos para encontrar ejemplos como los anteriores.

Ya en un artículo anterior comenté la orgía que se marcaron, recién estrenada la cuarentena, un grupo de “pichas bravas” (ocho detenidos, todos ellos hombres) en un piso de Barcelona.

Eso sí, la fiesta no era sólo sexual, sino que estaba aderezada de cocaína, speed, cristal y éxtasis líquido. Para echarles un capote diré que frente a semejante cóctel no creo que un posible coronavirus hubiera sobrevivido, de haber rondado por ahí.

Por esas mismas fechas (finales del mes de marzo), la policía local de Lugo tuvo que intervenir para poner fin a dos fiestas que se estaban celebrando en dos viviendas de la ciudad gallega.

Podemos encontrar multitud de casos parecidos en diferentes localidades del país.

Mientras unos respetábamos el estado de alarma y cumplíamos rigurosamente las leyes, otros iban de fiesta en fiesta o salían a la calle a celebrar romerías o manifestaciones varias, saltándose las normas y la distancia de seguridad.

Pero ¿qué podemos decir de un país que acoge con gran alegría la apertura de las terrazas de los bares?

No veo la misma ansiedad por reabrir colegios, institutos y universidades.

No veo la misma afición por la cultura, o por la vuelta al trabajo (que tanta falta les hace a todas esas familias que, de pronto, tienen que acercarse a los comedores sociales a pedir alimento).

No, en España se celebra la apertura de las terrazas, a las que ir a tomarse una cervecita.

Y eso es, además, lo que más comentan en todos los medios de comunicación.

¿Y qué podemos decir de quienes supuestamente representan al conjunto de la población? Esa pandilla de aprovechados, que utilizan cada petición de prórroga del estado de alarma con fines electorales. Y lo hacen todos ellos (o casi todos, por aquello de seguir siendo optimista).

Lo siento: en este tema me tengo que censurar a mí mismo. Si dijera lo que realmente pienso de la clase y de la casta política, yo mismo me tendría que presentar en el cuartelillo para pasar la noche allí.

Pero es que me hierve la sangre ver cómo juegan con este tema (y con el que sea) simplemente en función de qué opción les va a reportar un puñado más o menos de votos en las próximas elecciones.

Todo ello, mientras siguen muriendo personas en este país por un virus al que parece que empezamos a ganar la batalla.

Espero que las prisas que de pronto le han entrado al gobierno para restaurar la situación no nos hagan arrepentirnos de esta repentina alegría.

Y me refiero a cosas como abrir las fronteras al turismo internacional de forma precipitada, decir ahora que quizás las fases no tienen por qué durar dos semanas, proponer que algunas comunidades autónomas terminen su estado de alarma el 7 de junio…

Este gobierno ha cambiado de parecer en multitud de temas (rebajas, mascarillas, horarios de paseo…) con mayor agilidad que yo de ropa interior.

Eso sí, y creo que es un dato anecdótico, pero también sintomático: no sólo cada día que pasa hay menos fallecidos, sino que el lunes de esta semana han “resucitado” dos mil personas.

“Sanidad rebaja el número de muertos en casi 2.000” es el titular de una noticia que La Vanguardia publicó este lunes 25 de mayo a media tarde.

¡Manda huevos!, que diría el exministro Trillo.

Al final resulta que tenía razón el Presidente del Gobierno cuando un día antes dijo que los datos estaban siendo incluso mejor de lo esperado (¡claro! Nadie esperaba que los muertos ahora resucitasen).

Perdón, pero lo tengo que decir: ¡qué vergüenza!

Yo no sé si atar las motos con una cadena a un poste enano es o no de idiotas. Yo no sé si columpiar a tu hija menor de edad en el balcón de tu casa es o no una imbecilidad. Yo no sé si montarse una buena bacanal en pleno confinamiento es o no la mayor estupidez posible. Pero desde luego que presumamos de estar mejor para poder ir a tomarnos una cervecita al bar mientras esta pandilla de ineptos juega con nosotros (con nuestra salud y con nuestra economía, que no hay más que ver cómo está el país), a mí me parece deplorable.

Y conste que lo de ineptos no es un insulto, sino un calificativo (significa que carece de aptitud para cierto trabajo o función).

Lo dicho: a veces creo que tenemos la inteligencia de una ameba. Aunque, obviamente, no todos somos iguales.

Sigo queriendo pensar que estos ejemplos que he comentado son las insólitas y absurdas excepciones.

Sigo creyendo que, después de todo, aprenderemos algo de toda esta situación. Ya veremos…

 

¡Feliz semana!

Por Manu Ramírez

Director General ESINEC

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