De fase en fase y tiro porque me toca

Dijo una vez Albert Einstein: “hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.

Así, en una clara demostración de lo que este genio indicó hace ya décadas, tenemos ahora a los políticos de turno (de un lado y del otro, que para la idiotez no hay banderas ni colores) jugando a ver quién pasa a la siguiente fase como quien habla de pasar a semifinales en una especie de absurdo campeonato.

¿Cuál es el premio?

Volver a la nueva normalidad”, en palabras textuales de un presidente que parece que no sabe que no se puede volver a algo nuevo.

Pero no es de las fases de la desescalada de lo que quiero hablar en este artículo.

Por cierto, el mismo nombre da un poco de grima, ¿verdad? ¿Fases de la desescalada? ¿Cuándo fue la escalada? ¿Hacia dónde?

Yo me he perdido con tanto nombre y tanta tontería.

Lo único que me queda claro es que llevamos ya dos meses encerrados en casa, haciendo caso de lo que nos dicen los políticos.

Salvo algunas sonoras excepciones, como aquellos que aprovecharon para montarse una orgía en medio de la cuarentena, dando buena muestra de que se la pasaban por el forro de los cojones [nunca mejor dicho]. Ya me entienden.

De lo que quiero hablar es de otro conjunto de fases, las que la doctora Elisabeth Kübler-Ross denominó como las 5 etapas (o fases) del duelo.

Y es que a todos se nos ha muerto la vida anterior con esto del Covid-19.

No sólo han fallecido miles de personas y, por tanto, quien más quien menos ha perdido a algún ser querido.

Con el agravante, en muchos casos, de no haberle podido rendir homenaje y despedirse de esa persona de la forma que culturalmente tenemos por costumbre hacer.

Repito: a todos se nos ha muerto la vida anterior.

Se habla de una “nueva normalidad” en la que vamos a mantener la distancia social, vamos a extremar las medidas de higiene, vamos a asumir (si no lo hemos hecho ya) que se ejerza un mayor control sobre nosotros y nuestras acciones con la excusa de la salud pública….

Todo esto al menos por un tiempo indefinido (hasta que encuentren la vacuna, dicen algunos; como una nueva forma de vida, dicen otros).

Primera fase: negación

Esto no puede ser.

Me niego a pensar que ahora no vamos a poder tocarnos, abrazarnos, acercarnos a nuestros seres queridos.

Con lo tocones que somos en este país, en el que nos gusta un beso y un abrazo más que a un tonto un lápiz, ahora las medidas que se nos imponen pueden terminar provocando que no muramos por Covid-19 pero sí por falta de cariño (los bebés pueden llegar a morir literalmente si no se les toca, se les acaricia, se les mima).

Y si no morimos, tampoco sé si será una vida de mucho disfrute.

Segunda fase: la ira

Podemos enfadarnos con las autoridades sanitarias de China por no haber avisado con suficiente tiempo (hay ya muchas voces indicando que silenciaron a los primeros médicos que estaban advirtiendo al mundo del peligro).

O podemos hacerlo con las autoridades de nuestro país, por reaccionar tarde y mal.

O con aquellas personas que se saltan las normas del confinamiento, lo cual ha dado paso a la llamada “policía de balcón”, que no son más que ciudadanos que desde sus casas vigilan las calles y denuncian o increpan a quienes, bajo su criterio, están incumpliendo.

El caso es enfadarse, cabrearse, soltar la frustración, la rabia y el resentimiento que nos genera la situación de impotencia que vivimos.

Tercera fase: la negociación

Habrá que buscar una solución alternativa. Hay expertos para todos los gustos.

Algunos siguen diciendo que Covid-19 no es más que una simple gripe.

Otros, que se acaba el mundo.

Y los ciudadanos de a pie, manipulados como nunca por unos medios de comunicación que están a las órdenes de lo que dicte el gobierno de turno, tratando de negociar con la Vida, generando expectativas sobre lo que pronto podremos hacer.

Recuerdo cuando todo esto empezó y yo mismo pensé: más vale que nos confinen rápido y así, con suerte, serán solo dos semanas. ¡Qué ingenuo!

Cuarta fase: la depresión

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Dejamos de fantasear con realidades paralelas y miramos de frente a la única realidad que estamos viviendo: confinados, con casi todas las libertades anuladas, muchísima gente sin trabajo o teniendo que cerrar su negocio…

Aparece entonces una profunda sensación de vacío, una crisis existencial y, en muchas ocasiones, una falta de incentivos para seguir viviendo día a día.

Quinta fase: aceptación

Si seguimos con el símil propuesto, aquí no se trata de aceptar la muerte de un ser querido sino la muerte de la vida misma en el sentido de cómo vivíamos antes. Y aquí quiero hacer un matiz importante: no es lo mismo aceptar que resignarse.

Cuando te resignas a algo, bajas la cabeza y asumes que “esto es lo que hay”. La sensación sigue siendo de pérdida, porque lo único que has hecho es rendirte en el peor significado de esta palabra.

En cambio, cuando aceptas algo, levantas la mirada al cielo (no sé por qué, pero es lo que hacemos habitualmente) y te preguntas “¿qué puedo aprender de esta situación?, ¿qué quiere decirme el Universo?, ¿para qué está sucediendo esto?”.

Acto seguido, tu cerebro empieza a buscar algo positivo a lo que sucede en vez de seguir luchando con la realidad.

Pues bien, ¿estamos ya listos para pasar a esta fase?

Personalmente, viví el duelo de la forma más rápida que pude, pasando por todas las etapas (porque no hay otra forma de superarlo) y llegando hace ya bastantes semanas a esta última fase (no de la desescalada, que no sé cuándo llegará y cada vez me preocupa menos), sino del duelo.

¿Qué nos está queriendo decir el Universo?

A nivel global, está bastante claro para mucha gente: que frenemos, que el ritmo era insostenible, que nos estábamos cargando el planeta y no tenemos otro en el que vivir (al menos, no de momento).

¿Y a nivel individual?

Que cada uno saque sus propias conclusiones, o que siga viendo series en Netflix para evadir el pensar qué hará con su vida de ahora en adelante.

Para los más valientes, para los que quieren descubrir y quieren buscar algo positivo para ellos y para el mundo en general, para esas personas escribo estas líneas.

Si de algo espero que sirva esta situación es para que la mayor cantidad de personas abran los ojos antes de que sea demasiado tarde (si no lo es ya) y decidan qué es lo realmente importante en sus vidas y dejen de desperdiciar el tiempo en lo que, al final del camino, no habrá sido tan relevante.

Vuelvo con la doctora Elisabet Kübler-Ross (psiquiatra que dedicó casi toda su vida a los cuidados paliativos de enfermos terminales).

Ella nos dejó bien claro un mensaje: más del noventa por ciento de las personas, en sus últimos alientos, se arrepiente de lo que no se atrevió a hacer, especialmente, amar más, viajar más, disfrutar más de la vida.

Y en palabras de mi querida y admirada coach y amiga Mònica Fusté: ¡Despierta! ¿Vives o sobrevives? (título de su primer libro, que te recomiendo).

Feliz semana

Por Manu Ramírez

Director General ESINEC

Un comentario

  1. Muchas gracias Manu y Juanjo, hay que dejar de sobrevivir ya ! Sólo tenemos un ticket para vivir intensamente, a mí este confinamiento me ha hecho pensar en eso, ya está bien de perder el tiempo en tonterías, que la vida se va sin vivirla. A por la vida WoW!!!!

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